miércoles, 18 de abril de 2007

TIEMPOS FATALES


En su parte más alta, el sol más ardiente del mundo manda sus rayos cargados de calor sobre las calles agrietadas de un barrio desgraciado, un barrio partido en dos por un caño de aguas negrísimas, que deja a lado y lado un reguero de pobreza. Aquí hay mucho gallinazo, que como dice un amigo, son los primos pobres del cóndor. Yo le creo porque en el escudo nacional hay un cóndor y son igualitos, además vuelan altísimo y encapotan el cielo de manchas negras, y también como sus primos, vigilan en cada momento para conseguir la comida; solo que los gallinazos como son pobres se posan en las enmarañadas cuerdas de energía a esperar que caiga el muerto del día. También hay perros huesudos y hambrientos que se tambalean por las calles lanzando miradas aviesas a todo lo que se mueva. Yo una vez Salí corriendo para hacerle un mandado a mi mamá y uno de esos perros salió tras de mí, me alcanzó y me mordió en la pantorrilla, yo asustadísimo volví a mi casa y rápido me llevaron a un centro de salud que esta muy lejos de aquí. Me aplicaron no se cuantas inyecciones que me dolieron más que la mordida, dizque para evitar la rabia, yo creo que de poco me sirvió porque desde entonces tengo mucha rabia por dentro. Hay unas ratas inmensas que se la pasan escarbando en la orilla del caño haciendo sus madrigueras. Yo a veces cuando paso cerca voy cargado de piedras, por si algún día me topo con una, como la que vi en una película donde comían gente. Mi mamá se ríe de mí y me dice que a las que verdaderamente hay que tenerles miedo es a las ratas de dos patas. Yo no le hago caso y siempre voy preparado. Uno nunca sabe lo que pueden hacer, sobre todo, después de que me encontré un libro que se titulaba ‘‘la rebelión de las ratas’’ así que yo por si las moscas siempre cargo un par de rocas. Estamos en agosto. Es el mes que más me gusta porque trae un viento ideal para elevar cometas. Todos los años mi papá me hacía una de palos y papelillo, con una cola de trapos larga y con unos flecos alrededor que hacía que zumbara cuando se elevaba. Este año es diferente, no tengo cometa y el viento se ha vuelto un poco maligno porque trae unas nubes oscuras que se descargan con fiereza inundándolo todo. Cuando no llueve el polvo del suelo acompaña a todo lo que se mueve, una rata un perro, o la moto destartalada y ronca del señor Carlos. Se monta en ella como un cuervo. Me da risa cuando lo veo conduciendo, va tieso y expectante como si la moto se fuera a desbaratar de un momento a otro. Una vez me tocó empujarle la moto para que encendiera, sudé tanto que en agradecimiento me invitó a una coca cola, mientras me refrescaba el tragadero me contó que la otra vez que iba a su trabajo, un negrito todo desesperado le salió al paso. Don Carlos, que es muy noble, paró y le pregunto lo que le pasaba, el muchacho casi llorando le pidió que por favor lo llevara en la moto para seguirles la pista a unos atracadores, que le habían robado la bicicleta. Don Carlos vaciló por un momento, ya que no le gustan los problemas, pero al verle ojitos al negro se conmovió. Los dos en la moto se fueron en la búsqueda, pero nada, ni una huella ni una sombra. Don Carlos sentía como le temblaba el cuerpo al negrito que se empecinaba en seguir buscando. Al final le tuvo que decir que se hiciera a la idea de que no iba a recuperar la bici. Cuando se detuvieron Don Carlos pudo ver como la amargura embargaba al pobre negrito, le hubiera gustado reparar el daño regalándole una bicicleta como la de Lucho Herrera (a ver si de aquel muchacho pudiera salir la primera figura negra del ciclismo). De la pena el muchacho apretaba tanto los dientes que hasta le chirriaban. Le toco irse pelado para su casa, sin la bicicleta con la que trabajaba y le daba de comer a él y sus hermanos. A mi me pareció una historia muy triste y me puse a pensar la ganas que tendría el morocho de revolcarse en el polvero de pura rabia, de pura tristeza. A la esquina de mi calle la llaman cuatro muertos, yo no se por qué la llaman así sabiendo que en ella ya van como trece fiambres (digo fiambres porque acá a los asesinados les ponen apodos, que si muñeco, que si bulto o finado o no se que más), el ultimo fue un muchacho de la cuadra lo mas de buena gente y trabajador(como casi todos los asesinados, ya dice mi mamá que hierba mala nunca muere). Cuando estaba en el turno de la noche le tocaba arriesgarse en este hervidero de violencia tan atroz. Una noche lo estaban esperando unos pandilleros, le cortaron un dedo por robarle el anillo que llevaba. A la semana siguiente los mismos lo estaban esperando y como el pobre no tenia nada para robarle lo cocieron a puñaladas. Ahí quedo tendidito con los ojos desorbitados. Su madre que estaba viejita se empezó a secar de lo mucho que lloraba hasta que quedó en los meros huesos y murió. Mi mamá dice que la mató la pena moral. A mi nadie me cree, pero yo algunas noches alcanzo a escuchar lamentos que vienen de la esquina, quejidos agónicos y desesperados. Pienso en el muchacho y en los otros doce muertos. Me da tanto miedo que por más calor que esté haciendo yo me echo la cobija encima y me tapo todo, solo dejo una hendijita para poder respirar. También al dormir echo mucho ojo para no dejar los pies descubiertos, la gente dice que la muerte entra por los pies, y como yo todavía no me quiero morir, pues me los tapo muy bien. A veces sueño que me están persiguiendo para matarme y que yo corro como nunca lo he hecho, de tal manera que logro escapar, entonces me viene un olor como a carne chamuscada que viene de una casa, cuando llego a la casa me horrorizo porque lo que están asando son piernas de personas. Yo me despierto en ese momento todo asustado, me miro los pies y veo que están sudados pero sanos. A veces pasan días sin que pueda dormir, cuando tengo el sueño de los pies muchas noches seguidas o si escucho los alaridos. Hubo un tiempo en el que yo no era el único que no podía pegar ojo. Estabas durmiendo cuando ¡paf! Un rocazo en el techo que te despertaba de un brinco, luego otra pedrada en la puerta y empezaban los perros a aullar y los gatos a llorar como bebes. Era espantoso. Yo me metía debajo de la cobija y llamaba a mi mamá y a mi papá. Me decían que me estuviera quietico que no me iba a pasar nada. Al día siguiente todos los vecinos no se ponían de acuerdo sin era obra del putas o del duende. Los que pensaban que era el duende pusieron una botella de vino llena de agua y una guitarra destemplada, de esta manera el duende cuando se tomaba el agua convencido de que era vino se enfadaba, y para matar el enfado se ponía a tocar la guitarra, al darse cuenta que estaba destemplada se emberracaba tanto que nunca mas volvía. Los que estaban convencidos que se trataba del mismísimo diablo se echaban mil bendiciones y rezaban no se cuantas veces el rosario, o se encomendaban a cualquier santo que se les atravesara. Hasta los mas incrédulos hacían sus cosas sin que nadie lo supiera: el señor de la ferretería les corto la crin a los caballos, dizque para que no les diera piojos; eso fue lo que le dijo a todo el mundo, pero yo creo que lo hizo porque la gente decía que los caballos atraían al duende, ya que al duende le gusta hacerles trenzas en las colas. Hasta el señor José, que tenía siete hijas y que presumía de sensatez cayó. Les hizo cortar el pelo a todas como a los caballos. Yo como no me llevaba bien con ellas, cada vez que las veía me les reía y en mi interior pensaba que por piojosas se lo merecían. Dormir ya no era lo mismo, en la mañana salías y veías en el rostro de las personas el desespero, con la piel amarillenta y con unas ojeras descomunales. Todos como salidos de la película de George Romero ‘‘la noche de los muertos’’. Yo al final terminé durmiendo con mis padres y rezando todas las noches. Alguien, en una noche de lluvia de rocas, digamos que se armo de valor, aunque yo creo que no era valor sino desesperación de levantarse otro día como muerto viviente. Entonces supongamos que fue valor lo que lo impulso a salir de la protección de su casa, del arropo de su cobija para salir a enfrentarse al maldito duende o a lo que fuera. Al salir de su casa seguro sintió un viento que le heló la sangre y algo de cobardía. Pero se puso la ruana y salió con un machete en la mano. Al día siguiente reunió a todos los vecinos y puso precio para acabar con la maldición. La gente se tragó el cuento e hicieron de tripas corazones para reunir la plata, así que a la noche siguiente todo el mundo esperaba que se terminara el suplicio. No desapreció el maleficio pero si el señor de la plata. No volvimos a saber de él. Una semana después por esas extrañas razones que impone el azar me lo encontré en el bus crema y rojo, se hacia como el que no me conocía, yo no sé como hice pero no le quite el ojo de encima. Él no se aguanto mi mirada acusadora, se acerco a mí, me confesó que necesitaba el dinero de la estafa y que en recompensa a mi silencio me daba la respuesta del enigma. Cuando llegué a mi casa se lo conté a mis padres y estos a todos los vecinos. Esa misma noche se armaron de palos y cuchillos y fueron a darles una lección a los muchachitos que tiraban las piedras. Acá lo que nos tiene atormentados de verdad es el miedo. Yo le tengo miedo a caerme a en algún aljibe, por aquí abundan muchos, todos son bien profundos, hasta tengo pesadillas con ellos. Mi papá le tenía miedo a que me cayera en uno de ellos, y le temía a los pandilleros que se paran en las esquinas acechando como leones a sus víctimas. Mi mamá le tenía miedo a que mi papá se encontrara con alguno de esos, pero especial miedo le tenía a las milicias urbanas que son tan tiesas y peligrosas que se han enfrentado hasta con el ejército. Recuerdo los días de enfrentamiento porque también fueron noches en vela llenas de zozobra y de un miedo tenaz. Murieron quince de cada bando. Un soldado murió en el patio de mi casa, lo venían persiguiendo y no tuvo otra que saltar la tapia de mi casa para esconderse, los que lo perseguían alcanzaron a ver donde estaba, lo sacaron para que se pusiera de rodillas, él lloraba y clamaba que no lo mataran; miren que yo soy bueno, mire que tengo familia, que yo lo hago por necesidad, no me mate; el tipo le puso el revolver en la frente y lo dejó boca abajo en un charco de sangre. Una noche la desgracia llegó a la casa y nos tocó. Mi papá era mensajero de una empresa importante, le tocaba todos los días peligrar con cheques y dinero que tenía que depositar en el banco. Una tarde atracaron a mi padre y le pegaron siete tiros en el pecho por no querer entregar el dinero. Fue un duro golpe para mi madre y para mí. Ni todo el oro del mundo valía tanto como para matarlo, que tristeza. Además de la moneda también tenemos devaluada la vida. A los pocos días tenia que entrar a estudiar. Que mal estado para empezar un nuevo curso. Iba a acabar con las ilusiones de mis padres, yo que siempre había sido un buen estudiante y ahora en este estado no podía. Empecé a faltar, no hacia tareas, iba como ensimismado, siempre pensando en mis cosas, yo solo oía, no escuchaba, yo que siempre he sido un tipo solitario. Los poquitos amigos que tenía los perdí, todo el mundo me miraba mas raro que nunca, yo al final ya no quería ni salir de mi cuarto, ¿para qué? ¿Para que me miraran como el man más raro del mundo? , pues no, no les iba a dar ese gusto y mejor me encerraba. Yo creo que mi mamá se ponía más triste de tener un hijo en ese estado. La única que me comprendió y nunca me dejó fue Lorena. Vaso de leche le decía de cariño. Es que si la vieras, de una se te viene a la cabeza un vaso de leche porque es blanca muy blanca, y de lo mismo blanca es hasta transparente, a veces mientras hablábamos le veía todas sus venitas en el pecho, no la miraba mucho porque si se daba cuenta que le miraba las tetas me iba a quedar peor de solo, y a demás no la miraba mucho porque me encandelillaba los ojos de lo blanca que era. Lorena fue la que me invito a su fiesta de quince años. Claro, como ella vivía en el norte, en zona de ricos podía hacer fiesta y lo que le viera en gana. Le conté a mi mama lo de la fiesta y se puso muy contenta, intentaba contagiarme la ilusión que no tenía. Yo le dije que no iba a ir porque no sabía bailar y además la fiesta era de noche y que para salir de ahí cómo iba a hacer. Guardo silencio un instante y me contesto implacable que iría como fuera. Era las ganas que tenia de que yo volviera a ser el de antes. Al día siguiente vino con un traje, casetes de música y la promesa de un taxista que se comprometió fieramente a ir hasta el hueco donde vivíamos para llevarme. Los días siguientes mi mamá me daba clases de baile, me asombro el carisma y la dedicación de esos días para conmigo. Recordé que me quería. Yo era muy tieso de cintura y duro de patas pero poco a poco me fui como aceitando. A veces mi padre le cogía la mano a mi mama y se ponían a bailar, cerraban los ojos y les invadía la melancolía de la juventud perdida. Creo que en esos días se volvieron enamorar. Ahora solita me enseña a bailar como mi padre. Dice que nunca lo olvidará, yo le contesto que yo tampoco lo olvidaré. Me enseñó a bailar como mi padre. Eso la hizo feliz. El tiempo pasó al ritmo de nuestros pasos. Cuando al fin llegó el día, me puse un traje que parecía prestado, porque me quedaba un poco grande, me engominé hasta el último pelo y mi mamá me echó un poquito de perfume que guardaba de mi padre. Se despidió de mí con un beso en la frente y un abrazo. Cuando me abrazó seguro le olí a perfume de nostalgia porque me apretó fuerte entre sus brazos. Me dio su bendición y me fui. Yo hubiera preferido quedarme con ella y cuidarla, pero no lo hubiera permitido. El taxista estaba a la hora y el lugar acordados. Estaba todo tranquilo no se veían ni ratas ni gatos, es que ni el caño olía. El taxista era un viejo canoso, barbado y barrigón (tirando a papa Noel criollo) estaba intranquilo. Seguro que apenas se había dado cuenta de que se encontraba en el peor sitio en el que podía estar. Así que en el trayecto yo estaba asustado, pero más asustado estaba el taxista, hasta que no se vio en zona segura, no me dijo ni pío. Ya luego se soltó la lengua y me empezó a contar su etapa en el ejercito, que estaba orgulloso de haber servido a la patria aunque luego se sintiera traicionado, que repartió metralla a diestra y siniestra, que le dieron palo y respondió con machete, que mató guerrilleros como Rambo, que al final sufrió y lloró como nunca por un país que se desangra. Yo intentaba no ponerme triste porque si lo hacia me duraría toda la noche. Nunca había estado en el centro de la ciudad de noche, me emocionó mucho saber que existían partes tan iluminadas y vivas. Saqué la cabeza por la ventanilla y me sentí como un perro de rico, me agradó sentir la brisa de la noche rozando mi rostro, me sentí feliz y con ganas de bailar, y como si fuera parte de una película me dije: ¡La noche es joven! La casa de Lorena era inmensa, no me imaginaba cómo podía vivir en una casa tan grande. Decidí que una vez dentro no me movería mucho, no vaya a ser que me perdiera y que jamás me encontraran. En la entrada dos mastodontes de gafas oscuras y sin rastro de sonrisa, me preguntaron el nombre para ver si figuraba en la lista, al principio no me encontraron y casi me sacan a pata, les puse cara de perro herido y verificaron de nuevo. Luego con golpecitos en la espalda me dieron la bienvenida y me dijeron que disfrutara. Cómo no iba a disfrutar mi noche, la noche del reencuentro con la ilusión, la noche en la que con tanto esmero mi mamá me había preparado y en la que vería a Lorena. Por dentro mi corazón latía a mil, no sabía por donde coger. Entré en un salón hermosísimo. Dentro estaba lleno de muchachitos de rostros pálidos, yo me sentí observado y trate de pasar desapercibido. Llegué hasta las escaleras cuando en ese momento bajaba Lorena. Deseé con todas mis fuerzas que llevara el pelo suelto, pero iba con un moño inmenso y tan engominada como yo. Me daba igual, estaba tan linda y blanca como siempre. No pude evitar mirar sus pechos, tenia escarcha de colores. Yo me incline y besé su mano ella le sorprendió pero agradeció el gesto con una sonrisa. Todo un caballero dijo su madre. En la fiesta luego descubrí caras conocidas. Maria tetas grandes, el orejón de Villegas, el muelón de Julián, las tres creídas (con sus vestiditos de Versage), los mariguaneros de Mafla y Jaime, casi todos los de la clase estaban ahí. En una esquina como si me estuviera esperando estaba Susana, dio como brinquitos de alegría y me hizo señas para que me acercara. No nos veíamos desde el kinder, conversamos un rato, o mejor dicho converso ella sola porque se trataba de un monologo continuo, pero a mí no me importó y le seguí la corriente. Me le reía de lo que ella quisiera, asentía como bobo y pelaba tanta muela como en una pelea de perros. Ella estaba feliz que la escuchara. De pronto en mi estomago empezó como a bailar una culebra o algo parecido, porque me dieron unas ganas de cagar tan inmensas como la casa de Lorenita. Yo empecé a apretar nalga y a cruzar las piernas, luego se me erizó la piel y me caía un sudor todo frío. No aguante más y con todo el pesar del mundo, interrumpí la retahíla de Susana. Ella inclino la cabecita hacia un lado al mismo tiempo que me lanzaba una sonrisa, yo sonreí como pude y me prometí a mí mismo que si salía de esta volvería para escucharla. Rápidamente busque en todas las direcciones la mágica palabra de aseos. Estaba en el segundo piso. Subí no con poco esfuerzo y me pareció la escalera mas larga del mundo. Por suerte el baño estaba vacío, todo para mí solito. Me dispuse a parir, en ese momento me puse a pensar que pasaría si se rompiera el suelo y yo cayera con el culo pelado en medio de la fiesta, o que ocurriría si se me salieran las tripas por el esfuerzo, ¿y el olor? Sin una buena ventilación aniquilaría a todos los de la fiesta y mañana saldría en el periódico: ‘‘Tragedia en Fiesta de Jovencitos’’. Por un momento me asusté de pensar que no hubiera papel. Sacaría de la billetera credenciales, almanaques y billetes para limpiarme. Comprendí los sabios consejos de mi padre cuando me decía que siempre cargara un pañuelo. Cuando bajé de nuevo al salón y busque a Susanita, me la encontré bien apercollada con Grijalva. Un man que se cree el Tony Curtis de la clase. Me sentí un poco desilusionado y me fui achicopalado a una esquina del salón. Desde ahí vi como movían el esqueleto al ritmo de la salsa. Yo traía a mi memoria los pasos que me había enseñado mi madre. De nuevo me animé y fui decidido a sacar a bailar a Lorena, ella gustosa aceptó. Bailamos como nunca nadie lo había hecho en la ciudad. Que si la caída de la hoja, que si el quebradito pa`aca, que una miradita, que si unas vuelticas de más, que le cogiera la cintura, una sonrisita por aquí y un tumbado por allá. Lo hice tan bien que el novio de pronto sintió celos y una ira tenaz. Me empezó a mandar miradas asesinas, y yo no caía en la cuenta, hasta que se acercó de mala manera, me empujó y me la arrebató de las manos. Yo reaccioné como tenia que reaccionar le mandé una trompada, que hasta le tumbé una muela. Se agachó y se vio la sangre. Todos alrededor miraban aterrados. Encolerizado se me abalanzo como un loco, yo le hice un quite y le di una patada en la boca. Quedo tendido y foquiado en el suelo. Lancé una mirada hacia la puerta y vi que mis temores se hacían realidad. Venían los mastodontes abriéndose paso entre la multitud. Una vez un primo me dijo que lo mejor que podía hacer para que unos tipos duros no me tocaran ni un pelo era poner cara de trastornado, de asesino y caníbal, aplicar pura psicología para que los guardas me tuvieran miedo. Todo fue inútil porque se me acabó la fiesta. Me levantaron como si nada, yo apenas daba pataditas en el aire. Me tiraron a la calle como un zapato viejo. Nadie me dejó explicar, ni nadie salió en mi defensa. A mi no me importó y me sentí pletórico por la paliza, se la merecía por guevón. Tiempo después me di cuenta que habían tenido un hijo. Fueron los padres más jóvenes de la ciudad. También supe que no terminaron bien, porque el tipo se soplaba cualquier polvo que encontraba, que metía desde pegamento hasta cocaína, que le pegaba a Lorena, que una vez lo encontró Lorenita con los ojos idos y con una jeringa en el brazo. Dicen que ella le metió algo para que se volviera loco y la dejara en paz porque anda deambulando por la ciudad todo sucio y con un pantalón amarrado con una cabuya, la gente que lo conocía le huía y le gritaba cosas, él ni se enteraba. No sé si se lo merecía, pero está pagando caro haber hecho sufrir a Lorena. Si yo hubiera bailado toda la noche con ella yo la hubiera hecho feliz. Al sacudirme la ropa después de que me dejaran tirado en la mitad de la calle me sentí solo, pero al ver la grandiosa luna que se alzaba en el cielo y los destellos plateados en la corriente del río me vino como una especie de gozo. Claro que antes de eso me había quedado un ratico ahí tirado para intentar recuperarme, ubicarme de nuevo y darme cuenta que lo que me acababa de pasar era real. Yo apretaba los ojos y me restregaba la cara. Esperaba que al abrirlos estuviera ahí dentro dándole vueltas a Lorenita, bien agarraditos dejando que la música dirija nuestros cuerpos por la vertiente del amor. Ahora ¿Qué pensarían los de la fiesta? ¿Les daría pesar o rabia de que alguien como yo casi les eche a perder la rumba?, seguramente había aniquilado mi escasa vida social, de la alta sociedad, la verdad no me importó mucho, con lo poco que tenía no se perdía gran cosa. Además, no es que me sintiera muy cómodo o que me ilusione en demasía tanta guevonada y sociedad. Como he dicho me levanté de ahí, me sacudí la ropa, un poquito el pelo que seguía tan duro como siempre. Buena gomina. Miré hacia la puerta donde estaban los porteros. Ellos también me observaban. HI-JUE-PU-TAS, les dije sin que saliera ni un sonido de mi boca, solo vocalizando, abriendo bien la boca para que cada silaba se enterrara con ganas de manera que oyeran mi furia por los ojos. Di media vuelta. De nuevo alcé la vista y ahí estaba esa cara de la luna que tiene como acné lanzando rayitos plateados y señalando mi destino. La gran avenida sexta. La sexta es una avenida larguísima taquiada de discotecas donde la gente viene a batirse en duelos de zapatazos al ritmo de la salsa, llena de putiaderos de lujo o baratos con mujeres vampiro que vuelven locos a los hombres y les absorven todo lo que se llama vida. Lo digo porque conocí el caso de un man que se enamoró profundamente de una que trabajaba en uno de esos metederos hasta tal punto que al final vendió casa, carro y todo lo que pudo para pagar los días y las noches de su amor. La noche que se quedó sin plata, le dio un beso en la frente a la mujer y se tiró desde un quinto piso todo enloquecido. En todo su recorrido la avenida está poblada de ceibas inmensas que se levantan a la par con los edificios. La montaña se alza muy cerca y el viento que viene del otro lado, trae una brisita que abanica los árboles y los hace sonar como las olas del mar. Claro que con tanta bullaranga de discotecas y putiaderos no se escucha nada en la noche, tiene que ser cuando está pronto el amanecer. Debajo de cada Ceiba siempre se ubica un vendedor, que el de los helados, que el de los chicles, la negra de los mangos viches con sal, la otra negra con los chontaduros (una fruta que como el nombre lo indica pone la chonta dura), algún embetunador de zapatos, que suelen ser niños (menos mal yo tengo a una mamá que dice que para salir de pobre hay que estudiar) y también se ponen al cobijo de la Ceiba que los acoge como una madre. En la última Ceiba vivía un loco que antes de volverse loco era un tipo respetado de traje y corbata, que un día se fue de paseo a la montaña y se encontró con un hongo, un hongo maldito que se lo metía todo el día hasta que se volvió vicioso y loco; a lo último se hizo tristemente famoso porque se paraba en la mitad de la avenida a tirarle piedras a la luna y a los aviones. Una vez subió a la montaña y no volvió a bajar. Por la avenida también andan madres con cuatro o cinco niñitos, todos con carita de perros heridos pidiendo limosna. Si estuviera aquí un tío que tengo, tan lejano como rico, seguro que le daría a la señora un billete grande y luego le diría que ahí le daba eso para que se comprara un televisor. Una vez se lo dijo a una y ella lo escupió. En ese entonces no comprendí para que querrían un televisor. Yo seguí caminando y pensando en mis cosas hasta que llegué a la altura de los cines, me palpé todos los bolsillos y exprimí mis pantalones hasta completar el dinero suficiente para la entrada. ¿Quién iba a entrar a ver a esas horas de la noche una película de terror? yo pensaba que nadie, que alquilaría la sala para mí solo al precio de una entrada (el sueño de cualquier cinéfilo) pero ahí mismo me encontré con algunos otros que al igual que yo se presentaban solitarios, incluso me intrigó uno que iba de negro, ojeroso y con el pelo algo blanqueado. A Drácula le gusta le cine, pensé. La mayor sorpresa fue cuando un dedito dio golpecitos en mi hombro. Yo voltíe de una la cabeza, seguro con los ojos muy abiertos porque la dueña de los deditos me dijo que no me asustara. Si hubiera sabido que lo que menos me producía era temor. Que mis ojotes eran de pura alegría o de amor, o de ambos sentimientos a la vez, porque mis ojos que en ese momento se abrían como dos ventanales miraban a Isabel. La que yo daba por perdida desde que se fue del país por amenazas a su padre, había vuelto de nuevo. No recuerdo si en ese momento me salió un hola o un te amo. Ella sonrío y yo volví a sentir la culebra en mi barriga, pero esta vez no era para ir al baño. Era una culebra con alas. No nos dijimos nada y entramos a ver la película. A medida que avanzaba la cinta, nuestros cuerpos también avanzaban el uno al otro. En un momento de susto ella me agarró el brazo y zambulló su cabecita en mi pecho. Yo con la otra mano le sostuve su cabeza hasta que dejó de temblar. Claro que yo también temblaba, pero no de susto. Le dije en el oído que no se preocupara que ahí estaba yo para lo que fuera, que yo la defendería y me daría trompadas con cualquier monstruo que se apareciera, ella hizo sonrisitas y me dijo que tan bobo. Yo hablaba en serio. Esa noche de cine salimos cogidos de la mano. Me contó que hace poco había vuelto y quería verme, que también estaba en la fiesta y que estaba aburrida, aguantó con el aburrimiento hasta que encontró la excusa para largarse sin que Lorena se quejara. El papá de Lorena se emborrachó, vomitó y dio plomo todo lo que quiso. La fiesta se convirtió en una cantina de mariachis y pistoleros. Y a los mariachis hay que tenerles miedo, tanto como a los pistoleros. Me puse a pensar que si el problema lo llego a tener en ese momento, el que se hubiera quedado tendidito en el suelo de la gran casa de Lorena habría sido yo con un balazo en la cabeza. Yo le dije que no la había visto, que con lo linda que estaba era el colmo no haberla visto. Ella si me vio y se pasó toda la noche mirándome, solo me perdió cuando estuve en el baño. En realidad estaba aburrida porque al pobre de mí lo habían echado sin haber bailado con ella. Con lo bien que bailaba. También hablamos de cine y me contó las películas que se había visto, que había llorado, reído, odiado, matado, suspirado, recordado con todas las películas. Me contó la historia de un amigo que se la pasaba viendo cintas de peleas, que no se perdía ni un ciclo de Bruce Lee, se sabia todos los diálogos de los buenos justo antes de matar al malo, que hasta caminaba como ellos y todo, que la mirada la ponía como la del héroe en su gloria y se creía ya un justiciero. Fue tal el trastorno que un día que andaba con sus amigos le dio a uno en la jeta y le tumbó los dos dientes de conejo que uno tiene, a otro le dio una patada en el estomago y lo hizo vomitar sangre, y al último le mordió una oreja hasta arrancársela. Todo porque siempre robaban juntos y un mal día al jalonearse un carro último modelo, le entró al muchacho en cuestión el espíritu del héroe (de Bruce Lee con dolor de cabeza seguramente) y decidió repartir justicia con los puños. Terminó encerrado con los locos dándose cabezazos con las paredes y ruñendo las barras de metal con los dientes. Yo después de escuchar su relato le dije que si de alguna cosa me tendría que volver loco ojalá fuera de amor. Al terminar mi frase me di cuenta lo cursi que sonó, pero me di cuenta que a ella le gustó por que se lanzó hacia mí con los brazos abiertos. Me abrazó y apretó fuertísimo, como si quisiera que nunca me fuera, me sorprendió que con un aspecto tan frágil diera semejante abrazo. ¿Era el amor? Seguimos caminando dirigiéndolos hacia el río, hablamos de música, del colegio, de lo que me había pasado, lo que ella había pasado, del país, de los guerrillos, de los aljibes de mi calle, de los alaridos de mi esquina, le mostré la cicatriz del perro y le hablé de la rabia que me había quedado, de la soledad, de la luna, de la tristeza de mi madre y del vacío de mi papá, hablé del taxista, de mi barrio, de la furia y la violencia que nos asota. De la feroz época que atravesamos. Con todo esto llegamos a la orilla del río. Ella me miró y yo la miré, nuestras miradas lo decían todo. Vi sus dientes fuertes, su cuello desnudo, el cabello que el viento mecía, sus grandes ojos que reflejaban la luna, su naricita, sus manos, su piel, y viendo que tenía cuatro dedos de frente me lancé a sus labios. Me supo a fresa, besé también su pelo y un poco el cuello como drácula. Ella se dejó y sonreía. Nos tumbamos en la hierba húmeda. Me agarró de la mano y juntos vimos como el cielo plateado se tornaba naranja (como su piel), en ese momento pudimos escuchar las olas de los árboles, en ese momento con la venida del alba y el adiós de la noche azul volvió mi ilusión.

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